martes, 22 de julio de 2008

Madrid hiede

Una vez me dijo el vicedecano de extensión universitaria granadino, que la Universidad de Granada está en toda la ciudad, que los edificios de la institución se reparten en cada esquina, en cada calle; esto unido a que hay muchos universitarios, y muchos más que vienen de fuera (del resto de España y del mundo), hacen de la ciudad una universidad gigante, extendida, donde tiene más sentido hablar de 'ciudad universitaria' que en otros sitios.

Pues bien, el otro día recordando aquella anécdota, vi claro el paralelismo con Madrid: de la misma manera que Granada es una ciudad universitaria, Madrid es una ciudad burocrática. Sí, está plagada de Ministerios, Consejerías, Concejalías, Institutos de la Vivienda, Oficinas de Información...¡yo qué sé! En todos sitios hay edificios administrativos, casi en todas las calles. Más o menos importantes. Grandes o chicos. Pero han tomado Madriz.

Y si en algún lugar apartado del centro no se divisara las fachadas abanderadas, entonces encontramos el funcionariado en puestos más comunes: colegios, oficinas del INEM, centros de salud, polideportivos, bibliotecas... Madrid está llena de funcionarios. Lo que todo el mundo quiere ser. ¿Quién no conoce a un funcionario: el vecino, el cónyuge, el hermano, el del reflejo del espejo?

En Madrid hay muchos funcionarios. De hecho, hay más de lo que debiera: el trabajo que puede hacer una persona (si estuviera en el sector privado), se realiza por dos, o tres, o cuatro o más personas. Y siempre despacio, y nunca bien. Menos eficiencia, más antipatía.

Los funcionarios también ensucian la ciudad, con su prepotencia, con su estupidez, con su fata de respeto. Igual que las calles por las cacas de sus perros, y las meadas de sus hijos de madrugada, los edificios públicos de Madrid también apestan por sus habitantes. La gente huele mal.

Desde el cielo, Madrid debe parecer...no sé, nunca lo he visto. Pero al acercarse se deben oir las voces burocráticas y los olores callejeros de una ciudad infectada del ritmo de vida descontrolado. Apesta. Por dentro y por fuera.

PD No todo va a ser malo. Un día me encontre en un INSS un señor verdaderamente preocupado porque al hacer bien su trabajo no conseguía ofrecerme mis derechos (es un poco largo de explicar, baste decir que los becarios laborales -ésos que las empresas contratan para ahorrarse dinero en trabajadores- no tenemos derecho a seguridad social), llegó un momento que me pareció hasta frustrado. Era un puesto simple, de atención al público, un chupatintas... pero tenía la dignidad de hacer bien su trabajo, seria y eficazmente. Yo lo llamé la excepción que confirma la regla.

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